En el campo de refugiados saharaui de Dajla, en la inhóspita hamada, hay una escuela de ciegos. Niños, adolescentes y adultos, hombres y mujeres, aprenden a abrir sus ojos con el braille y lo colocan en las estanterías de su cerebro junto al hassanía, es decir su árabe natal, y el español, su otro idioma natural. Al lado de la escuela, otro edificio de adobe y chapa acoge un centro para discapacitados; un poco más allá, a unos pasos de arena, un centro cultural y algunos pequeños edificios administrativos desde los que los saharauis organizan sus vidas con la ayuda internacional. Durante unos días, hasta hubo un Festival de Cine, al que generosamente estuvimos invitados, acogidos con una hospitalidad de la que nunca se olvida.
En un rincón de esa nada hay un hospital con lo mínimo indispensable, una limpieza de acero y un pequeño quirófano donde, cada pocos meses, un equipo de médicos voluntarios llegados de España se enfrenta a las enfermedades oculares de los saharauis, las más extendidas, la que les provocan el viento, el sol y la arena del desierto. Los médicos les limpian los ojos y consiguen que sus pacientes puedan ver mejor dónde están, dónde viven: abandonados, refugiados desde hace treinta y dos años en campos del desierto; expulsados de su verdadera tierra por la ocupación marroquí, desde que en 1975 España se desentendió de sus obligaciones como colonizador.
En cada una de esas construcciones, al igual que en las precarias instalaciones de suministro de agua, en cada una de las placas solares que aportan una mínima energía a las jaimas, en los vehículos todoterreno imprescindibles en el desierto, prácticamente en todo lo que se ve en los campamentos de refugiados, hay un rótulo que identifica la procedencia de la ayuda solidaria: ayuntamientos, comunidades autónomas, colectivos sanitarios, de arquitectos, de ingenieros agrónomos, colegios, institutos, centros universitarios, cientos de asociaciones de amistad y solidaridad con el pueblo saharaui. Treinta dos y años de apoyo y cariño de los pueblos de España con los refugiados del desierto de los desiertos, como dijo Eduardo Galeano cuando los visitó.
Desde que España abandonó el Sáhara, el pueblo español ha cumplido su papel. Sus Gobiernos, no. Ha habido, hay, tanta solidaridad como abandono político de los Gobiernos españoles. Tanta ayuda como culpa de nuestra meliflua diplomacia, que jamás se ha atrevido a mirar de frente la situación de los refugiados y a la gravísima represión que sufren en los territorios ocupados. Las Naciones Unidas dejaron claro, desde el principio, la ausencia de cualquier título de soberanía de Marruecos en los territorios ocupados del Sáhara. Desde el abandono vergonzante español, la historia trajo la expulsión de todo un pueblo, los bombardeos marroquíes con fósforo, los cientos de muertos, quince años de guerra, la represión en las ciudades ocupadas, un muro más largo que el de Berlín y Palestina juntos levantado en medio del desierto y más de treinta años en los campamentos: cerca de trescientos mil saharauis condenados a la nada, víctimas de la geoestrategia y de la prepotencia de la monarquía marroquí.
Porque Marruecos está ocupando ilegalmente esa tierra, que no es suya, que es de los saharauis. Más de cincuenta resoluciones -cincuenta, se dice pronto- del Consejo de Seguridad de la ONU y una del Tribunal Internacional de La Haya así lo atestiguan. Ninguna de ellas se ha podido aplicar por la intransigencia de la monarquía marroquí, que, según la legislación internacional, ni siquiera es potencia administradora, solamente un ocupante ilegal de unos territorios, donde las cárceles están llenas y las denunciasde abusos y torturas se suceden.
Las distintas alternativas de paz que se han gestado frente a esta situación han sido también ignoradas por el Gobierno de Marruecos. La más consensuada de todas, el llamado Plan Baker, que proponía un periodo de autonomía de transición pactado entre las partes y una votación libre para plantear si los saharauis quieren ser marroquíes o quieren ser independientes, también fue rechazada, pese a que contaba con unanimidad internacional.
Los Gobiernos de España no se quejaron. Jugaron al equilibrio a costa de una única víctima, el pueblo saharaui. Ahora, el Gobierno de Marruecos, que mantiene una dura represión en los territorios ocupados, pretende hacer valer una propuesta que, bajo el pretexto de una autonomía falsa, liga las tierras saharauis y sus riquezas a la soberanía de la monarquía. Pero el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acaba de decir que, tal y como está concebida la propuesta de Marruecos, no sirve, porque se olvida de la legalidad internacional, prescinde del derecho a la autodeterminación, reconocido en todas las resoluciones de Naciones Unidas, se queda con la soberanía de un territorio que jamás ha sido suyo y condena al pueblo saharaui a un eterno destierro en el desierto o a tomar las armas de nuevo frente a la injusticia. Naciones Unidas ha exigido que las dos partes, es decir, la monarquía de Marruecos y la República Saharaui, se sienten en igualdad de condiciones y hablen de todas las posibilidades, desde la autonomía hasta la independencia, sin hipotecas, sin amenazas.
El Gobierno español no debe seguir mirando para otro lado, a la expectativa. Los saharauis son un pueblo pacífico, inteligente y creativo. En treinta años han construido un mundo en el desierto. Han inventado la vida. La ayuda internacional no se ha diluido. Todos los niños están escolarizados, todos los refugiados tienen asistencia sanitaria. Hay centros de juventud, organizaciones de mujeres, huertos que sacan fruta de la arena. El pueblo saharaui es respetuoso con los creyentes y con los que no lo son. Las mujeres han conseguido colocarse en primera fila de la sociedad, son la clave en el mantenimiento de la administración y de la vida en los campamentos y en las ciudades ocupadas; artistas como Mariem Hassan, reconocida internacionalmente como la mejor cantante del norte de África, o activistas como Aminetu Haidar, cabeza de la resistencia en los territorios ocupados, que estuvo prisionera muchos años en la Cárcel Negra de El Aaiún, así lo demuestran. Los y las saharauis son una alternativa en una zona que exporta terrorismo radical y corre riesgo grave de dogmatismo religioso y político. ¿No merecen una oportunidad, una alianza?
En el campamento de Dajla firmamos un manifiesto para recordar que si en el medio del desierto habían sido posibles huertos, escuelas, hospitales, un concierto de música y hasta el cine había sido posible, también debía de serlo la decencia en la política internacional. Los saharauis no quieren la guerra. Nosotros, tampoco. España sigue siendo responsable legal, moral y políticamente de la tragedia que vive el Sáhara. No es sólo nuestro punto de vista, es que así lo resaltaba también la resolución S/2002/161 del Departamento Jurídico de Naciones Unidas: "Los acuerdos de Madrid [de 1975] no han transferido la soberanía del Sáhara Occidental ni han otorgado a ninguno de los firmantes el status de potencia administradora, status que España no puede transferir unilateralmente". Y, desde ese punto de vista que compartimos con tanta gente y el Derecho Internacional, como ciudadanos con opinión y criterio, creemos que no se debe ser ambiguo con la represión del Gobierno de Marruecos ni con el destierro de los saharauis. Estamos hablando de la existencia misma de un pueblo, de su destino, del derecho a vivir en su tierra, de tener un futuro, no como refugiados, no como un pueblo ocupado y castigado, sino como mujeres y hombres libres.
Hemos admirado la audacia de Zapatero cuando supo alejarse de guerras ilegales y cobardes, y hemos apoyado y creemos en sus políticas sociales. Le pedimos a nuestro presidente de Gobierno que liquide las causas de esta injusticia política, que defienda la legalidad de las Naciones Unidas, que tenga memoria histórica, para que luego no tengamos que lamentar otras batallas. Que sea valiente. Que se sacuda ambigüedades. Estamos de su parte y por eso le pedimos que abra los ojos y que se ponga del lado del pueblo saharaui, en el mismo sitio donde desde hace más de treinta años se encuentra el pueblo español y su solidaridad.
Firman conjuntamente este artículo: Rosa María Sardá, Lola Herrera, Pilar Bardem, Verónica Forqué, Mercedes Sampietro, Emilio Gutiérrez Caba, Carmelo Gómez, José Coronado, Pedro Almodóvar, Juanjo Puigcorbé, Gemma Cuervo, Fernando Colomo, Willy Toledo, Chus Gutiérrez, Montxo Armendáriz y otros 37 profesionales del mundo del cine.