dimarts, de juny 12, 2007

El enigma de la Badia / Lembeidii y su Duna


Avui publico 2 mostres de l'excel·lent literatura sahrauí en castellà. Espero que hi pugueu passar una bona estona ... que a vegades ja fa falta



El enigma de la Badia

Llegó a la jaima por la madrugada después de pasar toda la noche a la intemperie buscando sus cabras, a plena luz de la luna pudo ver el frig en medio de aquel río seco, pero se había olvidado de su perro, el verdadero pastor de la manada. Ahmed era un hombre de treinta años nacido y curtido en el desierto, a los siete años empezó a cuidar del ganado de su familia junto con su padre, conocía a todos sus animales por su color y las pisadas que dejaban en la arena.

Entró de forma cuidadosa, recogió una manta y una almohada que estaban en el interior de la jaima, salió hacia a fuera, se quitó toda la ropa y se puso una darraa muy transparente, se acostó e intentó centrar su mente en el profundo sueño que se había instalado en su cuerpo. En medio de los delirios se imaginó a un zorro enorme que perseguía sus cabras, les daba mil vueltas, luego las iba degollando de una en una sin probar un solo bocado. Dentro de aquella inerme quietud se escuchaba la voz de Ahmed entrecortada gritando “maldita bestia, no mates a mis cabras déjalas que coman la hierba fresca”. De poco sirvieron aquellos gritos desesperados que irrumpían en medio de la noche, la pesadilla se iba adueñando del cuerpo y la mente de Ahmed que seguía durmiendo.

Cuando el Almuédano anunció la oración de la mañana todos se levantaron pero Ahmed se quedó durmiendo, ningún ruido lo perturbó. Su hijo cogió el hacha y empezó a cortar la leña, después encendió una enorme hoguera de la que fue apartando la brasa de forma cuidadosa, llenó la tetera de agua y la colocó encima del fuego, esperó unos diez minutos hasta que hirvió el agua, con la palma de su mano cogió el té verde y lo introdujo dentro de la tetera. Empezó así con el típico y tradicional ritual de todas las mañanas, cuando probó el primer vaso de té sintió que estaba despierto y que empezaba un nuevo día en la Badia, entonces se levantó y se acercó al sitio donde estaba durmiendo su padre y le dijo:

– Papá levántate, levántate que ya es muy tarde tenemos que buscar el ganado perdido.

Ahmed se levantó diciéndole a su hijo:

– Nuestras cabras se las ha comido un enorme zorro, ya no podemos hacer nada todo esta perdido, hijo mío no creo en los milagros, tenemos que aceptar el destino porque así estaba escrito y predestinado.

– Pero papá despiértate que aún duermes, primero lava bien tu cara y tu cabeza y después hablamos.

El sol salía lentamente desde el oeste, alrededor de la jaima no había ni una sola huella de las cabras, la vista no lograba ver nada y parecía que todo estaba perdido solo quedaba encomendarse a Dios y esperar que los animales volvieran; desde el sur entre el cúmulo de acacias se veía a un beduino montando encima de su dromedario dirigiéndose en dirección hacia el frig. Ahmed lo vio pero no se inmutó siguió concentrado pensando en los posibles lugares en los que su familia había acampado alguna vez y que posiblemente las cabras conocieran, pasó por su mente el río de Arweidil, aquel lugar donde cayó la lluvia hacía dos años y en él nacieron muchos cabritos de su rebaño. También pensó en el pozo de Beirat Turasil, allí en pleno verano y con más de cincuenta grados cada dos días le daba de beber a sus animales; muchos son los lugares en los que pensaba pero al final no se decidía por ninguno.

Una voz aguda rompió el silencio “Asalam Aleikum”, contestó Ahmed. “Aleikum Bisalam”. Empezó una larga ceremonia de saludos al estilo beduino donde se pregunta por todas las noticias y sucesos que afectan a la comarca y mediante la cual los dos hombres intentaban intercambiar todo tipo de información útil. Concluidos los saludos pasaron al interior de la jaima y por supuesto el té verde, lo primero que se le ofrece a un invitado. En medio de la charla Ahmed le preguntó a su invitado por su ganado, le describió el color blanco predominante en sus cabras y le señaló la dirección donde solían ir a comer todas las mañanas la hierba.

Concluida la conversación los dos hombres empezaron a despedirse y en medio de la despedida se oyeron los ladridos de un perro que venía del este. Ahmed salió corriendo a toda velocidad a su encuentro y cuando estuvo cerca se dio cuenta de que era el pequeño perro Batah que iba detrás de las cabras, observándolas como bajaban por el valle hacia el pequeño frig, en ese momento Ahmed se detuvo y le invadió una sensación de júbilo contenido, porque sabía que el enigmático Batah era el mejor aliado de las cabras en medio de la Badia.

A pesar del siroco y el calor Batah era fiel a su amo y a las cabras, él también nació y creció en el desierto, y conocía de memoria todos los parajes donde hay comida para los animales y alguna vez emigraba por la noche hacia los vecinos para compartir tiernos momentos con la perra Slugui, auténtica creación del desierto.

Ali Salem Iselmu, Generación de la Amistad




LEMBEIDII Y SU DUNA

Culminado un día más de la larga jornada de un dayar de lluvias, me detengo del trotar, ya es de noche, mi marcub suelta un sigiloso berrido muestra de su lealtad, esa obediencia que suele ser obra de experto domador. Doy orden a mi dromedario usando el vocablo con el que se entienden los dueños de la badia con sus animales de montura: wtshsh wtshsh wtshsh, él suelta otro berrido que suena fiel, amistoso y se apoya en sus rodillas delanteras tocando tierra firme.

Sobre mi cómoda rahla siento el contacto con el suelo en el que ya están descansando las rodillas del animal, algo suave se nota, cuando ya están enfilándose sus robustas rodillas, acomodándose en un mar de sedas. Bajo sujetándome en el garbus de mi rahla, y mi pie derecho apoyado sobre el harec, el extremo delantero donde termina el lomo del dromedario. Sin soltar lejzama de cuero, riendas bien labradas con trenzas de color blanco, rojo y azul, le enrollo un agaal en una de las rodillas, por si se asusta y se levanta dejándome en la oscuridad y solo, haciendo caso a la habitual prudencia de un nómada que no debe dejar de obedecer las leyes del desierto.

Acampo esa noche en un uad de Tiris, cuyo paisaje puedo descubrir más adelante: un lugar de abundante batha, fina, cristalina, suave, arenosa, cálida con dispersados grupos de acacias donde se percata el fresco olor de su amarilla flor anish. En el uad abunda leña de un arbusto llamado askaf, restos de yamra, una espinosa hierba deliciosa comestible cuando está verde y espinosa cuando se seca, algo de elguerreima muy verde y extensas superficies de nsil fresco, un auténtico y merecido agasajo en esta noche para mi dromedario.

No tengo que buscar el refugio entre los brazos de una murcballa ni de askafalla, sino en una lisa superficie del batha. Ahí, tras librar el lomo del dromedario de mi rahla, trenzar entre sus patas delanteras elgüeid, recoger su jzama enrollándola sobre su elegante cuello, le doy una amigable palmada para que se sienta libre y paste esta noche sin alejarse de mí. Estiro mi suave aliuish sobre una superficie que he revisado detenidamente por si hay restos de espinas de talha. Me apresuro a buscar leña, y enseguida tengo mi draa de askaf, por no decir una arroba, suficiente para alumbrar y preparar mi comida.

De mi tasufra saco las provisiones de esa noche, un pilón de azúcar sólida belga, envuelto en dos papeles, uno blanco y el otro azul, sujetados con dos pequeñas cuerdas, como un legendario caballero andante de la badia, vestido de gala, con dos daráas, blanca y azul, con sus correajes o znaid.

Luego extraigo de un saco las caderas de una gacela que he cazado poco antes de ocultarse el sol. Esta noche mi plato es una mreifisa, un pan sin levadura jubsetftur, preparado bajo arena caliente con ligeras brasas por encima, troceado y mezclado con el caldo de la carne y un poquito de aceite, así el manjar del nómada ya está listo.

Mientras que se prepara mi cena, estoy tomando el segundo vaso del té a la luz de mi modesta hoguera, y he de decir que ya con el primero se me ha ido quitando todo el cansancio. Con el segundo, interiorizando mi mundo de nómada y pensando en mil incoherentes historias, hermosas mujeres de la badia, venta, compra, trueques de mercancías de caravanas desde Tombuctú a Gleib El Cabo, me entran ganas de silbar un estribillo con letras de unos versos de un poeta perseguido desde su tierra y muerto en unos montes de Tiris, quien antes de ser ejecutado pidió que le dejasen cantar sus últimos versos:

Mallijlig mah elmactub,
U el mactub elal abad irah,
Yaugui hadu galabt Sheirug
U hada zaad Egleib Elquirah.
Inevitable lo ya predestinado,
lo escrito es ineludible,
admirados son estos montes de Sheirug,
precioso es el monte de Gleib Elquirah.


Siento que no estoy solo en esta noche de mi desierto, con la mirada perdida en el horizonte disfruto unos instantes silbando aquellos versos de Sheirug y meditando cómo no habían dejado libre al poeta prisionero después de deleitarles con estos hermosos versos. Al terminar mi cena aún me queda tomar la tercera tanda del té que he dejado para después.

Acerco mis manos al calor de las reservadas brasas apartadas de la hoguera y miro hacía mi izquierda. Observo que en el horizonte nace una media luna que va cobrando a cada momento más luminosidad, ofreciéndome desde donde estoy sentado poder ver la silueta blanca de mi marcub pastando muy cerca de mí a la luz del gamar.

Y con la prudencia habitual de un beduino exploro con mi mirada todo a mi alrededor, aplicando el proverbio saharaui “Laard tuled blaa draa”, es decir “los imprevistos de la tierra”. La luna casi está llena, radiante, lúcida. Observo de nuevo fijamente un pequeño relieve que se destaca en el horizonte, justo enfrente de mí sin hacer ningún cambio de ángulo. Ignoro la vecindad de un sujeto principal y referente en la alborada noche de mi gamar sahariano.

Pequeño y humilde pero gigante entre los grandes pudiendo ser nada más y nada menos que él mismo, eso es llanamente Lembeidii el magno, el “abrazado por su duna” como ya lo había descrito un poeta.

A un verso se puede preguntar, a un poema se puede confundir. Un manuscrito de Badi encontrado en Tiris. Un ignoto lunar en la geografía de Tiris meridional. Un perdido rincón del Paraíso, el apremiado entre los más afortunados para los nómadas del desierto, porque es el nombre de un monte que inspiró al decano de los poetas de Tiris, Badi.

Lembeidii es el ingeniado, el innovado, el esculpido, el ideado, el compuesto, el realizado, y así es él, por eso su nombre es un verso o un poema.

¿Pero dónde esta Lembeidii de todos los saharauis? ¿Es ese Lembeidii arropado por una duna y cantado en un poema por Badi Mohamed Salem?
No hay más que decir de Lembeidii, ya todo sobre él lo ha dicho el poeta de Tiris:

Lembeidii u ilbu leelih
ana nibguih,
Galb u guird u shalja u msaad

Lembeidii y su duna
yo tanto les quiero, monte, duna
valle y su orientación.

Cuando comienzo a rezar ya ha amanecido, inclino la cabeza a mi derecha para concluir la oración. Recito el fin del rezo “saludo a mi derecha y a mi izquierda y a todos los profetas y misioneros” y en esa dirección está mirándome un pequeño monte abrazado por una blanca duna. Son el mismísimo Lembeidii y su duna, varados en el ombligo de Tiris, sin lugar a dudas, es otro profeta, otro misionero, al que también estoy rezando.


Notas:

Dayar: Buscador de dromedarios, lluvias, agua pastos etc
Wtshsh wtshsh wtshsh: vocablo con el que se ordena al dromedario para que se arrodille
Garbus: pieza de la montura que separa las piernas del jinete.
Rahla: montura del dromedario
Harec el extremo delantero donde termina el lomo del dromedario
Lejzama: riendas de cuero
Agaal: cuerda elaborada de fibra de arbustos para detener las patas delanteras del dromedario en situación de arrodillado o en descanso.
Tiris: Region sur del Sahara bastas sabanas, ríos y montes muy cantada por los poetas
Uad: Rio seco con vegetación.
Elguerreima: Especie de lechugas salvajes del desierto
Aliuish: Manto de piel del cordero con mucho pelaje.
Badia: Campos verdes del desierto
Gleib El Cabo: Una montaña en Tiris que lleva el nombre de un cabo español
Jubsetftur: Típico pan de los nómadas sin levadura y preparado enterrado en tierra caliente.
Murcballa: Arbusto muy tierno y apreciado por los dromedarios
Askafalla: Arbusto con alto contenido de sodio apreciado por los dromedarios en invierno
Nsil: Fina hierba conocida en Tiris de la que se alimentan todos los rumiantes del desierto.
Tasufra: Mochila grande de los beduinos, hecha de cuero. Se coloca justo detrás de la montura del dromedario
Laard tuled blaa draa”: Sabio proverbio saharaui que dice la “tierra pare sin ubre” en alusión de los imprevistos que uno no espera hasta que suceden.


Bahia Mahmud Awah, Generación de la Amistad

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Poemario por un Sahara Libre

2 comentaris:

Anònim ha dit...

Muy bonitos e instructivos. La mente vuela rapidamente hacia esos lugares. Solo que.....el sol siempre , siempre sale por el este.
Un lapsus lo tiene cualquiera, y así se lo he comunicado a su autor.
Saludos.

Sitgesmara

Carles Sampietro Lara ha dit...

Hola

Sóc un recent lector del teu bloc. Em sembla que els continguts que tractes són molt interessants.

Tot i no dominar massa el tema, estic interessat en la problemàtica saharaui.

Taniré llegint i gràcies per fer un bloc així..