Francesco Bastagli | ||
Traduït per Atenea Acevedo |
“Come stai…? Tutto bene…?” Así empezaba nuestras conversaciones Kofi Annan, entonces Secretario General de la ONU, desde el inicio de nuestra relación profesional. Lo había escuchado pronunciar ese saludo muchas veces en su camino hasta la cúspide laboral, pues echaba mano del mismo saludo cada vez que se cruzaba con un colega italiano (como yo). En todo caso, esas palabras siempre me resultaban reconfortantes. Kofi sonrió mientras rodeaba su escritorio y extendía la mano hacia el sofá de cuero negro. Empezaba septiembre de 2006 y él, al igual que yo, estaba por dejar la ONU para siempre. Annan terminaba su segundo período en funciones; yo, a modo de protesta, acababa de renunciar como su representante especial en el Sáhara Occidental. Truncada toda esperanza que yo pudiera albergar, nuestra postrera charla resultó ser emblemática de la indiferencia y las ambigüedades que caracterizan la relación de la ONU con la última colonia africana. Desde entonces he sido testigo de la forma en que este organismo y sus dirigentes continúan perpetuando una grave injusticia en el Sáhara Occidental, e incumpliendo sus propias promesas y obligaciones. La extensión del Sáhara Occidental equivale a la mitad de la superficie de Francia. Este país se encuentra en la costa atlántica del África, entre Marruecos y Mauritania. Se trata de una tierra desértica, habitada desde tiempos inmemoriales por tribus nómadas de origen árabe y bereber. Desde mediados de la década de 1960, la ONU ha emitido una pasmosa cantidad de resoluciones en apoyo al derecho inalienable del pueblo saharaui a la autodeterminación conforme a la propia Carta del organismo internacional. No obstante, cuando España se retiró de lo que había sido el Sáhara español en 1976, la ONU no consolidó el referéndum que permitiría al pueblo saharaui decidir su futuro. Rápidamente el territorio fue devorado por un nuevo colonizador: el Rey Hassan II de Marruecos. Con la invasión del Sáhara Occidental el rey actuaba en pos del viejo sueño del Gran Marruecos y buscaba el acceso a una serie de recursos naturales. Para ello, lanzó la “Marcha Verde”: el traslado de aproximadamente 350.000 marroquíes que cruzaron la frontera sin oposición alguna del ejército español. Las operaciones militares subsiguientes fueron brutales; decenas de miles de saharauis abandonaron las pocas zonas urbanas y se adentraron en el desierto para huir de los bombardeos de la fuerza aérea marroquí. De inmediato Marruecos inició un programa de colonización muy parecido al llevado a cabo por Israel en Gaza y Cisjordania después de la Guerra de los Seis Días. Se desató una cruenta guerra en medio del desierto entre las fuerzas de ocupación y el Frente Polisario, grupo independentista saharaui. No fue hasta 1991 que ambos bandos acordaron un alto al fuego que sería seguido de un referéndum de autodeterminación en el transcurso de nueve meses y facilitado por la intervención de la ONU. Sin embargo, debido a la resistencia de Marruecos, apoyada por potencias como Francia y Estados Unidos, el referéndum nunca tuvo lugar. El precio de la pasividad ha sido alto. Marruecos ha levantado un muro de 2.500 kilómetros de largo que divide la totalidad del territorio saharaui en dos. El muro, también conocido como berma, por demás impresionante, separa el territorio bajo control marroquí, sobre la costa atlántica, del área que bordea la frontera con Mauritania y Argelia, donde se encuentran los combatientes del Polisario. Más de 120.000 personas refugiadas que lograron huir de la invasión viven en condiciones sumamente difíciles en cinco campos desperdigados en un rincón hostil del desierto argelino. La población saharaui al oeste del muro está atrapada en las entrañas de lo que Occidente suele pintar como “el benévolo régimen marroquí”: no hay libertad de movimiento, de expresión ni de asociación; la discriminación, las detenciones arbitrarias y las golpizas son cosa de todos los días. Entidades como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y el Centro para la Justicia Robert F. Kennedy han denunciado una y otra vez las violaciones de los derechos humanos perpetradas por Marruecos. Además, en franco desdén por el derecho internacional en lo que respecta a la explotación de recursos dentro de un territorio ocupado, Marruecos vende las riquezas del Sáhara Occidental, desde los valiosos fosfatos hasta la arena del desierto que es transportada constantemente por vía marítima hasta las playas de los centros vacacionales europeos. Por si fuera poco, mediante un jugoso acuerdo Marruecos ha otorgado acceso a los recursos pesqueros saharauis (entre los más ricos del mundo) a las flotas de la Unión Europea. Es más que probable que el petróleo pronto forme parte de las ventajas para la potencia ocupante. Lo que hace medio siglo empezó como un sencillo asunto de descolonización se ha convertido en un laberinto político. Pero la cuestión básica y de fondo sigue siendo simple: el Polisario busca un referéndum con tres opciones: integración con Marruecos, autonomía bajo control marroquí o independencia. Tal es la esencia del plan propuesto en 2003 por James Baker, ex secretario de Estado estadounidense que en ese momento ocupaba el caro de enviado especial del Secretario General para el Sáhara Occidental. La propuesta de Baker recibió el apoyo unánime del Consejo de Seguridad y fue aceptada por el Polisario. No obstante, en abril de 2004 Marruecos declaró que no podía acceder a ninguna fórmula que incluyera la independencia del Sáhara Occidental como posibilidad. Los miembros del Consejo de Seguridad no reaccionaron a este revés; poco se ha avanzado desde entonces y Rabat únicamente ha ofrecido dar al pueblo saharaui una especie de autonomía imprecisa bajo soberanía marroquí. No hay argumento creíble capaz de sostener que la opción de la independencia tendría que excluirsea priori en un estado de autodeterminación poscolonial. No obstante, a lo largo de los años los poderosos protectores de Marruecos han priorizado la conveniencia política y no la legalidad internacional. El apoyo del gobierno francés a Marruecos es tan incondicional que llegó a bloquear toda referencia a los derechos humanos del pueblo saharaui en las resoluciones del Consejo de Seguridad. Otros miembros del Consejo titubean entre la indiferencia y la connivencia. Hillary Clinton, Secretaria de Estado estadounidense y vieja amiga de Marruecos, ha defraudado las esperanzas saharauis a pesar de representar a un gobierno de supuestos principios como es el de Obama. Un Secretario General tras otro ha aprendido la lección de sus amos. Lo vi con mis propios ojos cuando trabajaba como representante de Kofi Annan en el territorio entre 2005 y 2006. Después de la sangrienta represión de las manifestaciones en 2005 en las calles de El Aaiún, capital del Sáhara Occidental, el entonces jefe del departamento de mantenimiento de la paz de la ONU hizo caso omiso de mi recomendación de expresar a las autoridades marroquíes la preocupación del organismo internacional. A medida que avanzaban las negociaciones entre la Unión Europea y Marruecos en torno a la explotación pesquera, la ONU decidió no exhortar a Europa a abstenerse de concretar un acuerdo ilegal que desafiaba abiertamente la opinión de un asesor jurídico del propio organismo. La Carta de la ONU estipula que, cuando está pendiente la autodeterminación, la comunidad internacional habrá de proteger los derechos de los habitantes de todo territorio bajo administración no autónoma. Dicha población debe de recibir asistencia económica prioritaria y ayuda para desarrollar sus instituciones políticas. En el último trimestre de 2006 redacté una propuesta en este sentido y la incluí en un informe que entregaría Kofi Annan al Consejo de Seguridad, pero fue eliminada del texto final antes de la publicación del documento. Después de mi renuncia vi cómo el nuevo Secretario General, Ban Ki-moon, adoptaba una línea incluso más oportunista. Su más reciente informe al Consejo de Seguridad sobre el tema, emitido en abril de 2010, es tan tendencioso que llevó a Mohamed Abdelaziz, presidente del Polisario, a cuestionar abiertamente la imparcialidad del Secretario General. Como recordatorio de que la negligencia no resolverá la situación del Sáhara Occidental, en meses recientes se ha vuelto a incrementar la tensión en los territorios ocupados y en los campamentos de población refugiada. De hecho, el Sáhara Occidental ha sido tal caballo de batalla entre Argelia y Marruecos (enemigos durante la Guerra Fría que aún rivalizan por la influencia en el territorio) que sus relaciones diplomáticas seguirán congeladas y no habrá cooperación de inteligencia para acabar con la versión local de Al Qaeda hasta que se resuelva el conflicto. Es por ello que si la comunidad internacional cumple con sus obligaciones hacia el pueblo saharaui estará, por una vez, llevando a la práctica su casi siempre vacua retórica sobre la prevención de conflictos. Más importante aún, los dirigentes de la ONU repararán una injusticia histórica que los desprestigia y denigra al organismo al que pertenecen. Per cortesia de: The New Republic Font: http://www.tnr.com/article/world/77562/justice-undone Data de publicació de l'article original: 21/09/2010 URL d'aquest article: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=1500 |
1 comentari:
E 'vero! L'idea di un buon supporto.
Condivido pienamente il suo punto di vista. Penso che questo sia una buona idea. Pienamente d'accordo con lei.
Publica un comentari a l'entrada